Su Esencia:
El gran dragón de Oriente fue quizás uno de los destinos más anhelados y poco accesibles de los viajeros durante décadas.
La globalización y la apertura del país trajeron la posibilidad de descubrir un territorio extenso, una cultura milenaria y conservadora y una promesa de desarrollo de cara al futuro.
Durante años miraba por televisión la Gran Muralla como un lugar fascinante e inalcanzable. China mismo me resultaba conocida por los viajes de Marco Polo, los vestigios culturales dejados por la ruta de la seda, la sabiduría de Confucio y la adhesión de su pueblo al te y al arroz.
La película "El Ultimo Emperador" de Bernardo Bertolucci nos permitió conocer en masa los secretos y la belleza de sus palacios y comprender su historia un poco más; misteriosa, sufriente, sacrificada y orgullosa, China transita hoy un camino no menos difícil para balancear su régimen comunista y las oportunidades que el progreso le ofrece.
Al igual que la India o Medio Oriente, China es cuna de una cultura excepcional y de un imperio que ha sabido mantener su extensión y unidad para ser hoy en día uno de los motores de Asia y del mundo.
El viaje a China y por China mismo, no es fácil. Si uno parte desde América, las rutas más probables que se tomen sea vía Canadá hacia el Pacífico o a la inversa, se opte por hacer escala en Dubai o Kuala Lumpur y seguir hasta Beijing. Son muchísimas horas de vuelo y lo ideal sería poder realizarlo con una escala de una noche en uno de los lugares de conexión.
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El idioma puede ser una barrera sobre todo si se viaja solo. Lo ideal aquí es hacerlo en grupo y contratar a un guía. Es difícil encontrar personas que hablen inglés y el turista extranjero es minoría en China. Suelen encontrarse contingentes de franceses, algo de españoles y rusos, pero los chinos mismos son los que mueven su propia industria del turismo.
La calidad del servicio es excelente en toda China, inclusive en Hong Kong, desde hoteles, restaurantes, barcos, atracciones principales, hasta autocars, todo parece estar regido por una alta vara de calidad y limpieza. Los guías de turismo y de las atracciones hablan bien en español y son casi con seguridad, personas con título universitario, quienes han sido nombradas por la Agencia Nacional para desempeñarse como guías. Lo que sí puede encontrarse cierta reticencia a hablar sobre política o la relación con el Tibet; de todas formas, explicarán al visitante las características principales del régimen y el estilo de vida de la familia china, lo cual agradezco profundamente a quienes me enseñaron su país: no he encontrado más que cordialidad y un alto sentido de responsabilidad en todos ellos.
Lo que puede sorprender y es lógico de esperar, es el choque de culturas: la forma de hablar en un tono de voz fuerte, los modales a la mesa o la manera de mirar al turista, con un toque todavía de asombro, y por supuesto, la adoración al color rojo: símbolo de suerte, al igual que el número 8.
Y es posible también encontrar los extremos: chicas jóvenes que van de a pares tomadas del brazo por la calle con verdadero tradicionalismo, gente grande que todavía viste el uniforme impuesto por Mao y chicos de pies a cabeza transformados en pleno estilo punk por las calles de Shanghai, la más occidental quizás de sus ciudades.
Tal vez podamos decir que el Gran Dragón es precisamente eso: un gran país con matices diferentes: gigante pero recorrible con un poco de esfuerzo; místico y a la vez cautivante; discreto pero orgullo de su pasado. La aventura es atreverse a descubrirlo.
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